Diego Bravo

jueves, 5 de agosto de 2010

Relato fantastico


El juguete sigue pensando que el niño volverá a jugar con él al borde de la cama, aunque el niño está muerto y el sol no detiene sus brazos y la lluvia viene como al final vendrá el verano y como llega el viento de la montaña. Las horas van girando en las ruedas de madera, porque el juguete quiso moverse y se lo pidió al niño para estar junto a él en los siete años.
Mueren muchos niños todos los días en un solo lugar, y los grandes se quedan con las manos mudas para llenar el baño y el silencio igual que el primer día de la primavera. ¿Por qué es débil la nieve si no deja de ser blanca y el amarillo busca el azul para sentirse más fuerte? Mueren muchos niños, pero éste tenía un juguete que lo está esperando, y no se mueve de ese lugar porque alguien le dijo que volvía.
Al anochecer, mientras todos dentro del hogar descansaban, el juguete baja de la cama e intenta acomodarse entre los zapatos del niño que ya dejó de vivir. Cientos de juguetes lo apoyan cada día, los padres del niño no comprenden lo ocurrido en la habitación, sin embargo, se rehúsan a tirar a la basura los juguetes del niño que una fría tarde de otoño dejo este mundo.
Por el invierno que llevan mis pies siento el frio, y lo entiendo como una palabra amiga que siempre espera y nunca debió escribirse, ni menos en una pizarra chica. Cuando un hijo muere, un hombre descansa en una multitud de movimientos nuevos que lo traen de un lado para otro dejándolo en el centro. La casa sigue igual con sus números blancos, aunque le cambien la puerta y los vidrios respiren la imagen más cansada.
Murió el niño, y no dijo adiós porque volvía. Todos esperamos como el juguete el día que no nace, mientras la voz se mueve en el silencio, aunque nadie escuche la lluvia de Dios en la noche. Porque la muerte viene y no conocemos su saludo, ni su manera de hablar, ni la forma con que llena el hueco de la vida, cuando todos crecen para el mismo jardín.


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